En México la salud mental es un problema de segunda en el presupuesto. Desde el poemario Nu)n(ca de Luigi Amara, escribe “Darle la espalda a todo: eso es tener estilo… aquí es el grado cero, //el vacío por diorama, //la vieja zona del no sin explicaciones”. Para el autor, el mundo puede ser un instante entero y terminar en lo sublime, como la vida. En septiembre pasado, la Secretaría de Salud reportó que, de enero a junio del 2020, se habían registrado 2,030 casos de suicidio a nivel nacional; que, en lo referente a los datos, son más alarmantes en comparación a otros años, donde los intentos eran más, pero los decesos menos.
En el panorama mundial, la pandemia del Covid-19 se apoderó de todas las áreas y estilos de vida. Sin embargo, el tema de fondo al que se ha subestimado y abandonado, es la salud mental.
Sus consecuencias son catastróficas, pues la tasa de víctimas se encuentra entre los 20 y 24 años; aunque esto debería ser un foco rojo para su atención. El Modelo de Prevención, medicamentos y servicios se le reduce presupuesto cada año. Para el 2021, se le asignó 3 mil 31 millones de pesos, que significan una reducción del 9 % con referencia al 2013, pero, en esta ocasión, el servicio de prevención y atención en telemedicina, como estrategia para utilizar herramientas digitales en diagnóstico y tratamiento, solo recibe un 3 % del presupuesto total.
Ninguno predijo las consecuencias de una pandemia, empero que el servicio sea novedoso y viable, no significa que funcione. Es el aislamiento el que juega a favor de un problema de salud que aumenta con el tiempo, porque su punto más grave cuesta vidas. Este único servicio de prevención que existe, disminuyó su eficacia al caer de 70 mil llamadas en 2013, a tan solo 8 mil en 2019.
Aproximadamente el 25 % de la población mexicana de 18 a 65 años, padece algún trastorno mental. Sin una cultura de prevención que procure las visitas regulares para atención psicológica o psiquiátrica, una gran parte de esta población afectada, vive, vivirá o vivió con una enfermedad silenciosa que pudo haberse atendido.
En nuestra sociedad, por más moderna y progresista que sea, permanece un estigma alrededor de las enfermedades mentales. Por un lado, las creencias de que el dolor nos hace fuertes y el no llorar, valientes. Son detalles simbólicos de la obra surrealista del mundo que afecta a todos.
Tanto el problema de salud mental como sus tratamientos son relativamente nuevos en la mesa, sus orígenes son variados. Por ello los servicios y la investigación médica deben ir de la mano para brindar nuevas soluciones; para lograrlo, se debe discutir con seriedad la asignación de presupuesto que abarque lo suficiente para que todos reciban un tratamiento digno y prevención veraz. Ojalá que no sean los datos irreversibles los que pongan en discusión enfermedades que se pudieron haber prevenido.